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¡Ay mamá!


Año 2022, un lunes cualquiera de enero. 

Soy un chico de 13 años y escucho el despertador en la habitación de mis madres. En menos de 5 minutos toda la casa está en marcha, mi madre me despierta mientras mi mamá me prepara el desayuno. Entre todos ponemos un poco de orden antes de salir corriendo hacia nuestros destinos.

Mi madre trabaja como ejecutiva en una empresa informática mientras mi mamá trabaja en casa. Yo en cambio tengo que ir al instituto.

Mi instituto es un edificio moderno, construido hace muy poco tiempo, en el centro de la ciudad y con unas instalaciones maravillosas. Mis mamás pensaron que llevándome a un colegio bilingüe y rodeándome de la jetset de Valencia sería más feliz, ¿quién podría imaginarse que unos niños de papá serían tan crueles? Impensable. Ellas tomaron la decisión pensando en mí y les cuesta mucho esfuerzo y sacrificio llevarme a este instituto, así que no debo quejarme.

Al entrar al instituto sigo mi ritual, cabeza baja y paso rápido, no mires y no te verán. Al fin llego a clase, ese pequeño espacio donde sí me siento seguro, rodeado de amigas que siempre me han tratado como un igual. El día pasa sin pena ni gloria, otro día más en el instituto, nadie me ha dicho nada pero siento que todo el mundo habla de mí, ¿será cosa mía?.

 

Año 2022, un lunes cualquiera de febrero. 

Hoy toca volver al instituto después del fin de semana que he pasado. El viernes al salir del colegio tres compañeros de clase (ese lugar que creía seguro) me persiguieron por media ciudad al grito de "maricón" "te vamos a meter un palo por el culo que es lo que te gusta".

Me lo he callado, por supuesto. No quiero preocupar a mis madres y lo único que he hecho durante el fin de semana es fingir que estaba enfermo para estar en la cama llorando.

No me apetece volver a clase, ver la cara de los tres chicos y menos tener que enfrentarme a ellos. 

Al final no pasa nada, para ellos fue simplemente un momento de diversión y ni se acuerdan. En cambio, para mí ha sido una tortura que aún me hace llorar.


Año 2022, un viernes cualquiera de febrero. 

Acabo de recibir un mensaje privado por Instagram de un compañero de clase. Me dice que le gusto pero que no se atreve a hablar conmigo porque sabe que sus amigos no lo van a entender.

Al final nos hemos pasado media noche hablando, es muy mono y me ha invitado a una fiesta en casa de un amigo. Dice que no tenga miedo que si voy con él no me va a pasar nada y que necesita que esté con él para atreverse a decirle a sus amigos que es gay y que le gusto.

Me lo pensaré.


Año 2022, un sábado cualquiera de febrero. 

He decidido ir a la fiesta, por un día voy a ser valiente y confiar en las personas. No todo el mundo tiene por qué querer hacerme daño.

Son las 5 a.m, estoy en casa y no puedo dormir. La fiesta no ha ido como yo pensaba. En un primer momento, todo parecía ir bien, hasta el momento en el que el chico me ha invitado a su habitación. He ido encantado. Me ha cogido de la mano, me ha dado mi primer beso y me ha pedido que me desnude para él. Me he sentido un poco presionado pero lo he hecho.

Cuando ya estaba desnudo me he dado cuenta que mi amiga Patricia me estaba llamando por teléfono insistentemente. Y en una fracción de segundo he visto un mensaje en el que me decía que parase, que lo estaban retransmitiendo por Instagram y me estaba viendo todo el mundo.

Como he podido he cogido la ropa y salido corriendo. Sus amigos estaban en la puerta de la habitación, escuchando todo y riéndose de mí.

A la salida he llamado a Patricia, me dice que no lea nada, que me borre las redes sociales y deje que pase el tiempo. Le pregunto qué se ha visto y me dice que todo.

Me siento desnudo, desprotegido, violado incluso. Me siento solo. Solo quiero desaparecer.


Año 2022, un domingo cualquiera de febrero. 

Ya está hecho. Me voy, pero antes quiero dejar por escrito mi historia. La historia de un chaval que tuvo que vivir toda su corta vida rodeado de discriminación: la discriminación por tener dos madres y no tener padre, la discriminación por ser gay y la discriminación por ser el pobre de clase.

En cierto momento he llegado a pensar que todo era culpa mía, al fin y al cabo yo era el diferente y todos ellos no podían estar equivocados.

En estos momentos solo puedo pensar en mis madres, en lo que sufrirán por mi culpa. 

¡Ay mamá! Lo siento. Os quiero.

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